Ayer alguien me dijo en Twitter que "nadie tiene que explicar a nadie qué hace y por qué lo hace". Creo que, con toda la razón del mundo, podemos aceptar pulpo como animal de compañía pero, ¿qué sucede cuando dichas actuaciones dan la sensación de encubrir intereses muy alejados de la mejora educativa? Ya, hablo de la mejora educativa cuando, lo lógico, sería extrapolarlo a todo tipo de situaciones.

Fuente: Facebook

Nunca me ha parecido mal que alguien se venda o venda determinados productos bajo supuestos más o menos creíbles. No tengo ninguna duda que hay ciertos personajes de la edufarándula cuya máxima es el trinque o, simplemente, la necesidad que se hable de ellos. No es malo, como he comentado en más de una ocasión, que lícitamente alguien venda, otros compren y, al final, algunos intermediarios del asunto también saquen tajada. Uno no debe justificarse por trincar o por no hacerlo. Menos aún cuando no hay dinero público dentro del intercambio monetario. Claro está que el dinero público debería justificarse en todo momento. Solo faltaría que alguien fuera contratado, por ejemplo, para montar un curso de formación y no se hiciera transparente el proceso de selección del profesional o de la empresa (sic.). Transparencia no es justificación. Crítica, por cierto, tampoco es sinónimo de la necesidad de justificarse de forma continua.

Al igual que uno que venda desaprendizajes (sí, eso parecido al mear hacia adentro), metodologías innovadoras revolucionarias o, simplemente, pruebas PISA, ESCALA o similares, puede haber otro que lo cuestione. No es que el que vende lo anterior o difunde sus bondades deba justificarse; debe simplemente asumir la posibilidad que haya gente que no piense como él. No es malo divergir en opiniones. Aún menos intentar reflexionar acerca de ciertas cosas, mercantilizaciones excesivas o, simplemente, plantearse que algunas anécdotas que nos cuentan tienen muy poco sentido para nuestras aulas. Claro que es lícito defender la existencia de religión en los centros educativos, conciertos, neuromandangas o las inteligencias múltiples. Hay temas que tienen suficiente evidencia científica para ser fácilmente refutados pero, ¿quién impide con la legislación actual vender, por ejemplo, la cura del ébola mediante plantas? Pues va a ser que nadie. Además, uno no tiene que justificarse por hacerlo. Menos aún ante quienes saben que lo anterior es un timo porque, al final, uno no está vendiendo nada más que lo que determinadas personas van a comprar. Y ahí no hay argumentación para oponerse. Otra cuestión es que se haga con dinero público o que se esté en contra de determinados medicamentos que, científicamente, son los únicos que pueden mejorar tu salud. Nada que ver con vender hojas o agua embotellada. O, quizás sí. Ahí está la respuesta mágica... la permisividad total o el ejercicio de algún tipo de control por parte de alguien antes de poner algo en el mercado.

No me voy a justificar jamás por beber horchata. Aún menos por cuestionar en este blog o en las redes sociales determinadas actuaciones educativas, a mi entender, bochornosas. Tampoco voy a hacerlo por aceptar o no aceptar determinadas ofertas laborales. Quizás quiera, en ciertos momentos, explicar por qué hago qué pero, por mucho que lo haga, no hay nadie que me obligue a ello. Justificarse permanentemente tampoco tiene nada de productivo. Eso sí, una cosa es no justificarse por nada de lo que uno hace y, otra muy diferente, pretender que haciendo ciertas cosas nadie lo cuestione.

Por cierto, ¿os habéis dado cuenta que muchas de las justificaciones que dan algunos acerca de ciertas cosas que hacen son totalmente inconsistentes? Y ya no entro en aquellos que solo usan el concepto de que "lo otro no va del todo bien" para justificar vender algo que "aún funciona menos". Es que, como ya he dicho en alguna ocasión, el papel, el vídeo o Twitter lo aguanta todo.

Ya has visto Lola que, por desgracia, Twitter no me da para argumentar y sigo prefieriendo el blog a los hilillos. Eso y la incontinencia literaria de baja calidad 😉