Hace más de una semana que no ha entrado ni gota de horchata en mi torrente sanguíneo. Lo digo porque ya no es solo cuestión de estar necesitado del producto. A estas alturas estoy en pleno mono. Un mono que me puede llevar al despropósito de comprar uno de esos bricks de agua azucarada de color lechoso que venden en alguna de esas grandes superficies. Y con el mono, uno piensa. Y desbarra.

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Ayer me puse a pensar en las normativas educativas. En qué las hace tan infumables o ininteligibles. En esos tipos que, normalmente sin haber pisado un aula en su vida, asesoran al Ministerio de Educación en las redacciones de cada nuevo despropósito legislativo que se aplica en el aula. Gurtelianos en acción, estafadores del ciudadano que da la sensación que solo legislen para cargarse cualquier posibilidad de mejora social futura. Infamia tras infamia. Línea plagada de errores ortográficos tras otros más que le siguen. Y eso lo publican en un diario oficial. Bueno, ya si eso lo convertimos en oficioso o desquiciante.

También me puse a pensar en el porcentaje tan bajísimo de docentes que se leen esos articulados. Reconozco que son infumables y que las normativas son, en la mayoría de ocasiones y si pensamos en el bien de nuestros alumnos, para pasárselas por el forro pero, de ahí a no leérselo. Que un docente de una determinada asignatura desconozca el currículum de la misma y se crea que lo que está en forma de temas en el libro de texto es lo que dice la LOMCE, es de traca. Por cierto, ¿alguien me puede decir por qué, a día de hoy, las administraciones educativas siguen tirando cientos de millones de euros anuales en subvencionar la compra de libros de texto en lugar de, con un ínfimo coste de lo anterior, generar sus propios materiales educativos? Ya si eso hablamos de las administraciones que han cedido el control de todos los datos de sus alumnos a Google o a otras multinaciones. Si vamos a decir ciertas cosas, digámoslas de una vez.

Reflexionando entre tembleque y tembleque uno también piensa acerca de la formación del profesorado. Ayer la deriva me llevó de nuevo a reflexionar acerca del INTEF. Sí, ese chiringuito donde se entra a dedo y a dedo se te ofrecen los cursos de formación para que los impartas como ponente. Es lo que tiene el trinque educativo y la necesidad de algunos de no volver a pisar el aula. Esto de los abandonos sine die empieza a oler a chamusquina porque, algunos de los que están ahí, llevan más tiempo fuera del aula que en ella. Saltimbanquis que, seguramente, ya tienen preparado el carnet de Ciudadanos para el futuro cambio de gobierno. Crápulas chaqueteros a los que les importa una mierda todo salvo su culo y su concepción de la educación consiste en el beneficio personal. Claro que hay excepciones y no puede generalizarse pero, al igual que el PP ha sido condenado como responsable civil subsidiario de corrupción, la supuesta corrupción del INTEF (en el acceso a trabajar ahí, cómo se ofrecen los cursos y a qué empresas se contratan) debería investigarse. Y ya no entro en el cómo. Bueno, podría entrar pero el mono me tiene bloqueadas determinadas capacidades. Un detalle... ¿por qué en ningún sitio se publican esos contratos con terceros para formar al profesorado? Lo de los datos que ceden a determinadas empresas también estaría interesante saberlos porque, esto de que te matricules a un curso de formación (y ahora ya no hablo del INTEF) y encuentres que pasan tus datos a Telefónica -que es quien ofrece el curso- creo que se pasa por el forro todas las leyes de protección de datos.

Lo de los discursos vacíos, edulcorados y difícilmente aplicables en el aula también resuena en cierta neurona que está intentando desactivarse completamente. Creo que la argumentación iba más allá de lo anterior pero, por lo visto, ha farfullado algo y se ha callado (quizás, por suerte, de forma permanente). Nada que, dado el mono, tengo muchos problemas de gestionar mis pensamientos. Lo de las emociones se lo dejo a algún coach de esos que sabe tanto de asesorar sobre el tema. Da igual que esté denunciado por maltrato a su mujer. Lo importante es que, al igual que hacen los curas hablando de matrimonio, tenga una oratoria potente y clientes border line. Se ha de ser muy estúpido para creer en ciertas cosas o la profesionalidad de algunos personajes. Imaginaos si cuesta porque, a pesar de estar en horas muy bajas, sigo sin creerme muchos de los cuentos que, día sí y al otro también, me cuentan acerca de mi profesión.

Un compañero me dijo ayer que me veía bastante demacrado en este final de curso. La verdad es que no es solo por una cuestión de cansancio, de esas dos horas más de clase que parece que nunca nos vayan a quitar o, simplemente, por ser un mal profesional incapaz de gestionar mis fuerzas. El problema principal viene de mi abstinencia de horchata. Algo que no tiene visos de solucionarse en breve. Y así tengo un problema... o cierro el blog o sigo soltando sandeces sin sentido. Optaré por lo segundo. Además, ¿creo que hay jurisprudencia acerca de la inocencia en decir ciertas cosas bajo el mono?

Un abrazo a todos pero, en especial, a aquellos que tienen el gen vacacional. A propósito, ¿dónde puede denunciarse a alguien que te prohíbe la horchata? Es para un amigo.