Me da la sensación que algunos pretenden dotar a la docencia de múltiples características que hacen, por desgracia, que algunos crean en su vertiente más mitológica. A mí me gusta dar clase pero, debo reconocer que sería mucho más feliz si no tuviera que trabajar. Ya si eso nos cargamos de una puñetera vez eso de que el trabajo forja el espíritu o cualquiera de esas frases de autoayuda que, al final, lo único que encubren es la necesidad de justificar que cada vez se trabajen más horas en peores condiciones laborales. Claro que la docencia es una profesión mejor que otras. También puede ser peor. Y claro que todo el mundo puede dar clase. Otra cuestión es que tenga la capacidad para darla. Al igual que no a todo el mundo se le puede suponer capacidad para diseñar edificios, no todos están capacitados para ponerse delante de un grupo de alumnos. Ya si eso hablamos también de la imposibilidad, al menos en mi caso, de dar clase en Infantil o Primaria, por muchos motivos.

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Debo reconocer que me gusta la faceta vacacional de mi profesión. Ello no creo que me haga mejor ni peor profesional. Querer trabajar lo menos posible y ganar lo máximo (tanto a nivel económico como de tiempo) no me sube a los altares ni creo que me baje automáticamente al infierno. Otra cuestión es mi trabajo con los chavales. Quizás el único que debería ser valorado porque, sinceramente, que se valore ser un buen o mal docente por la cantidad de premios que se reciban, los materiales que realices, la cantidad de ponencias que das o recibes o, simplemente, el número de sábados y festivos que dedicas a tu profesión no es de recibo. Aclaro ya desde ahora que lo único que permite decir que uno es un buen docente es lo que sucede en el aula. No me vale otra cosa. Y como tengo claro lo anterior sé a qué debo dedicar mis esfuerzos y a qué no. Algo que no excluye usar como hobby ciertas cosas más o menos relacionadas con la profesión pero jamás por obligación.

Odio la burocracia educativa porque no tiene ningún efecto sobre la mejora del aprendizaje de nuestros alumnos. Me preocupa complicar lo innecesario como, poniendo el ejemplo más actual, el uso de determinadas metodologías o herramientas que, al final, lo único que hacen es añadir colorines o humo más o menos bonito a un aprendizaje que no mejoran. Me estoy convirtiendo en un descreído de muchas cosas pero, aún así, sigo probando buscando el milagro. Claro que los milagros no existen pero, ¿quién le impide a un friki trastear con cosas aunque sepa que más del 90% no van a servirle de nada?

Los docentes no somos seres mitológicos. Tenemos vida fuera del aula. Familia en muchos casos. Hacemos la compra, damos paseos y, a veces aunque con los precios a los que está cada vez menos, vamos al cine. Nos gusta leer, nos apetece más no trabajar que trabajar. Otra cuestión es que nos estén mediatizando la idea de que si uno no "innova" de una determinada manera, hace miles de cosas cara a la galería o, simplemente, está disponible a jornada completa para su profesión sea un mal docente. Pues va a ser que no. Eso sí, curiosamente, algunos compañeros van a justificar lo anterior porque deben tener muy poco claro en qué consiste su trabajo o, se deben creer que trabajan en una profesión que roza la divinidad.

Se huelen vacaciones. Y eso es algo que para un docente de aula tan necesitado de ellas, mola 😉